Matrix X-Sabre 3: aire puro
Sobre la alta fidelidad en general
Las sensaciones que puede provocarte un componente de alta fidelidad dependen de tantos factores que uno no puede evitar preguntarse si habrá acertado al expresarlas por escrito. Unos auriculares, un amplificador, las cajas, un Dac… no funcionan por su cuenta y riesgo. Es cierto que podemos sopesar aisladamente su carácter. Y probablemente no reguemos fuera de tiesto (o no mucho). Pero tan solo la combinación decide el resultado final (y se supone que óptimo). De ahí que, a menudo, nos refiramos a la sinergia que pueda haber entre los diferentes componentes de un equipo. Quizá algunos cables de Audioquest, pongamos por caso, no sean la mejor opción para conectar aparatos ya de por sí resolutivos. Como tampoco lo es casar auriculares dinámicos de muy baja impedancia con amplificadores OTL, aun cuando ambos sean, cada uno por su lado, de una calidad lo suficientemente contrastada. Sonar, sonarán. Pero fácilmente veremos como los bajos se descontrolan.
Ahora bien, y contra lo que pudiéramos inicialmente suponer, llegados a un cierto nivel cuanto mejor sea un componente —cuanto más high-end— más dependerá del resto de factores… si se trata de evaluar lo que aporta de más. Pues esta aportación, por lo común, tiene que ver con diferencias sutiles… aunque, en el mundo de la audiofilia, estas resulten decisivas. No hablamos, por tanto, de que el equipo suene bien. Pues se da por descontado que lo hará. Hablamos de eso que hace que las interpretaciones tengan alma… y que cuesta describir (si es que alguna vez lo conseguimos). Como decía un destacado ingeniero de sonido, lo que quiero saber no es tanto dónde están los músicos sobre un escenario, sino por qué están ahí. Ciertamente, ocurre aquí como en el mundo del vino: los más caros no son, necesariamente, los mejores. Sin embargo, la regla general es que el buen producto, y no solo el resultón, salvo algunas —pocas— excepciones, no se venderá por cuatro duros.
Primeras impresiones
Decimos lo anterior a propósito de uno de los Dac más impresionantes que he llegado a escuchar últimamente: el Matrix X-Sabre 3. Sus cualidades —que son muchas— no se mostrarán por entero de no estar completamente en línea. De hecho, al escucharlo por primera vez tuve una buena impresión… pero solo una buena impresión. Está mejoró —y mucho— cuando me di cuenta de que lo había enchufado con la fase invertida. Más aún: el X-Sabre 3 alcanzó su potencial cuando sustituí los Mogami, ya de por sí unos cables más que decentes, por unos Cardas Clear Cygnus (la conexión USB se realizó con unos Cardas USB High Speed). No hablamos, obviamente, de diferencias entre noche y día, sino de aquellas que rematan la sensación de naturalidad. Nos ahorraremos los detalles técnicos, los cuales podemos consultar fácilmente, e iremos directamente al grano.
Neutralidad y elegancia
Como acaso ya sepamos, el X-Sabre 3 es uno de los Dac que mejor mide y, por eso mismo, se trata de un Dac que apuesta por la neutralidad. Sin embargo, no es seco en absoluto, como quizá podría decirse de los Topping en general, cuyas mediciones suelen ser, también, imbatibles. La gran resolución que ofrece el X-Sabre 3, a la par, sin embargo, con otros Dac de la misma liga, nunca hiere los oídos... a menos que la grabación sea de por sí estridente. En realidad, sucede lo contrario: aquí la claridad —sin duda sobresaliente— va de la mano de un sentido proporcionado de la belleza. Imagino que esto es porque la salida del Dac acentúa los armónicos que proporcionan, precisamente, un toque de calidez sin ahogar la nota principal ni, por supuesto, distorsionarla en exceso. Elegancia, sería la palabra, una elegancia que no cae, sin embargo, en lo aterciopelado. No hablamos, por tanto, de un Dac que arregle los desaguisados de algunas grabaciones, pero tampoco de uno que te los ponga en la cara. Los muestra, sin más. Debido a su linealidad, el X-Sabre 3 traduce adecuadamente el timbre de los instrumentos. De hecho, lo hace rozando la perfección. En este sentido, podemos distinguir sin dificultad entre un piano Steinway y otro Bösendorfer (y para muestra, la grabación de Paul Badura-Skoda de la sonata D960 de Schubert para el sello Genuin, en la cual interpreta la misma sonata con tres pianos diferentes: una joya de disco). Es verdad que esta delicada distinción también te la ofrecen otros Dac de altura. Pero pocos —y por lo común, a un precio más elevado— con la naturalidad del X-Sabre 3.
Lo que aporta
En términos generales, podríamos decir lo que también cabe decir de los Dac de la competencia. Así, las imágenes son extraordinarias, los bajos, definidos y contundentes, mientras que los medios se ofrecen sin acentuar ninguna frecuencia (y de ahí que, como señalábamos antes, respete el timbre de instrumentos y voces). Los agudos, por su parte, se entregan sin rastro de aridez ni sibilancias. La tonalidad es, por tanto, coherente. Aun cuando te das cuenta de que no trabaja con chips Burr-Brown, tampoco dirías que en su interior hay un chip ESS. No obstante, creo que lo más sobresaliente del X-Sabre 3 —el rasgo que lo destaca por encima de la mayoría— es la sensación de aire que proporciona. No es lo habitual. La mayoría de los Dac bien diseñados ofrecen una escena lo suficientemente amplia, preservan el timbre instrumental, así como muestran de manera convincente los contrastes dinámicos. Y aquí el X-Sabre 3 no se queda atrás. Pero pocos consiguen que los músicos respiren, por así decirlo. En este sentido, el X-Sabre 3 recuerda a un amplificador de válvulas, aunque sin su típica coloración. Imagino que esto tiene que ver, por un lado, con la facilidad con la que reproduce la micro dinámica y, por otro, con su impresionante silencio de fondo. Sencillamente, la música parece surgir de la nada. A menudo, los Dac resolutivos parece que corten la música con un bisturí. De entrada, pueden llamar nuestra atención. Pero con el tiempo terminan siendo agotadores. Pues, aunque distribuyan a lo ancho no suelen hacerlo en profundidad (y de ahí que nos den una cierta sensación de forzar las cosas). No es el caso del X-Sabre 3: los músicos están en su lugar y sabes por qué. Este Dac en modo alguno es plano: hurga en la carne, aunque sin hacerla sangrar. El realismo con el que traduce las interpretaciones, sobre todo cuando son en vivo, es indiscutible. Basta con escuchar algunos discos del sello Fonè para caer en la cuenta de lo que acabamos de decir. No todos los Dacs, ni siquiera dentro de la misma liga, logran traducir la sensación de realidad de estas grabaciones, aun cuando puedan aproximarse. El X-Sabre 3 no solo transmite el contraste entre los forte y los piano, sino que te permite distinguir entre el forte y el fortissimo (o entre el pianoy el pianissimo). Esto es evidente al escuchar música clásica o jazz. Así, es posible captar la personalidad de los interpretes, la cual que se revela, por ejemplo, en cómo atacan las cuerdas o pulsan las teclas del piano y, por supuesto, en las inflexiones de la voz. El XSabre 3 transmite a la perfección los incontables matices que, por ejemplo, Peo Alfonsi extrae de la guitarra en el disco Alma. Y esto hasta tal punto que con Dac similares tienes la sensación de que simplemente se limita a rasgarla (y aquí quizá exagero, pero no mucho). Estas sutilezas están en la grabación y el X-Sabre 3 las muestra con una enorme naturalidad. Y diría que son precisamente estas sutilezas las que marcan la diferencia entre escuchar una grabación y estar ahí. En muchos otros Dacs, tienes que forzar la atención para imaginarlas. No es el caso del XSabre 3. Acaso el único Dac que, en su momento, me produjo una impresión similar, que no idéntica, fue el Ayre Qb9 DSD, diseñado por Charles Hansen. Pero hace años que está fuera de catálogo.
Palabras finales
Podríamos añadir algún que otro comentario sobre su funcionalidad como streamer —más que notable— o sobre la posibilidad de jugar con diferentes filtros o ajustes, lo cual supone, sin duda, un valor añadido. Pero acaso baste con lo dicho para justificar que el X-Sabre 3 es, en definitiva, un Dac literalmente excepcional. Quien busque un Dac que transmita el aire que respiran los músicos, y no solo su posición en el escenario o la intensidad de sus interpretaciones, podría perfectamente detenerse aquí.